18 enero 2022

La Razón • Lunes. 13 de diciembre de 2021

Limpiar de bellotas la fuente de la iglesia. Es- coger manzanas que no estén muy picadas y asarlas junto a los membrillos con litros de miel. Conocer el abecedario, de la estenosis a la fotosíntesis. Llevar guantes. No tronchar ramas nuevas.

Distinguir el rastro de sangre del lobo y del jabalí. Evitar grillos y saltamontes en tarros de cristal sin agujeros. Sortear los troncos que se cruzan en el camino. Ni romper huevos, ni vaciar nidos. Huir de los enjambres. Recoger bayas, desenterrar huesos de ciervos. Atisbar el alboroto de los zorzales al volver del pantano. Esmerarse en percibir el lenguaje con el que se comunican las raíces. Saber que en las cicatrices de los troncos los escarabajos son plaga.

Al volver del paseo, extender el mantel de los días de fiesta. Procurarse una estufa o leña seca a la caída de la tarde. Aceptar que el aguacero se imponga al sol y el viento amai- ne en la hojarasca escarchada de ocres y amarillos.

Vigilar el repiqueteo de las canaletas marchi- tas en agosto.
Preferir el aroma del café al del suavizante en el tendedero. Conocer otros mundos. Sus idio- mas. Una página del Quijote a la semana, como recuerda Lledó que le obligaban a leer.

Citar de memoria poemas de Machado. Eco- nomizar. Cantar algo revolucionario una vez en la vida, porque el agua borra las huellas y el patio se moja cuando llueve, como los demás. Respirar escrupulosamente. Multi- plicar.

Volver a dar nombre a los fenómenos y a lo invisible. Ser de todos y de ninguno. Parar el giro de la peonza conforme al movimiento de precesión de los planetas.

Nada asegura que acabe todo al final de este cordel.