¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Ángel González
La vida no vale nada y quizá sea por eso por lo que me siento tan triste, así, esperando encontrar una palabra que explique, un hilo que conduzca, un susurro que alumbre. Una vez esperé toda una tarde a que llegara Javier. Me duché, me peiné, me puse una crema que olía a jazmín (como olía la plaza del centro de Sevilla en junio del año pasado y Manuel me regaló La herencia de Ezther de Sandor Marai). Me puse la crema seis o siete veces. Salí al balcón unas quince o veinte. Me quedé a vivir en el balcón con el bote de crema y sin ganas de vivir. Otra vez, escribí una vida nueva para mí, suponiendo que así Daniel me amaría de otra manera. Y amó a la otra que era yo pero sólo en parte, porque me había inventado una yo que no era y también porque me había quedado en el balcón, sin Javier y sin Jorge y sin los amores que dejé en el portal de mi casa en Ezequiel Solana o en el patio del colegio México o en las calles de Morata, o en los lugares que recorrió mi adolescencia como si fuéramos eternos (I want to live forever).
Y quizá me duele así porque González está leyendo y Berna llora desconsolada sobre su pañuelo de papel que ha convertido en una bola arrugada y no caben tantas lágrimas en un pañuelo arrugado como en uno que no lo está, eso lo sabe hasta un niño. Cuando el tiempo haya modificado mi estructura a mi la estructura me la han modificado las ganas de reir o de llorar y los milagros que suceden a veces, cuando menos te lo esperas. Por ejemplo un día dices: anda, pero si ya no siento nada. Y no es verdad, porque me duele un poco una muela cuando muerdo, nada grave. Y me duele (ver que Ber) se queda sin pañuelo. Y el cuello de mirar este teatro tan grande, todo para Pedro y Ángel y al pobre Elicura le tuvieron en una sala de las de arriba, bastante más fea y sin aire acondicionado. No siento pero sí. Me refiero a que sentirse superada también es sentir, de otra forma, claro, pero es que esa forma no me deja sentir otras, como cuando soñaba que se podía amar sin límites. A Roberto. A Isa le habría gustado estar aquí. Y a Alice. Y a Ampa. Y a Maribel. Siempre sigo de cerca a Maribel, sin que ella lo sepa: su Tinduf, su Chile, sus Canarias. El elemento misterioso que determina mi tristeza. A mi la tristeza me pone triste y también no poder saber nada de la lista y saber que a veces es posible que las casas se caigan. Uno siempre cree que las casas son sólidas, como los corazones. Un milagro: conocí a Antonio, que conocía a Eliseo y que me lo presentó. Cuando vi "No te mueras sin decirme dónde vas" pensé no te mueras sin decirle gracias. Y no me he muerto. A veces uno se muere porque no sabe que hay gente que le quiere. A mi me quieren mis abuelos y tíos y hermanos. Y Alber. Y casi todos los que me conocen en la lista. Y Lucy. Y Rocio. El fin de semana, más milagros: otra vez tendré casa. ¿Cómo estará Héctor? ¿Qué será de los Enriques y de Carlos y de el oso de peluche de Mariana y de David??? A cada cosa por su solo nombre. ¿Qué pasará cuando mi cuerpo se haya transformado y yo ya no sea yo y se me haya olvidado para siempre sentir y amar y morder y recordar? A Berna se le han acabado las lágrimas y se ha levantado a por más. Y el señor que tiene al lado se parece a Juan Carlos. Hay gente que no sé si sigue viva. Y no tengo a quién preguntar. Eso me da mucho miedo. Me hace sentir lo poco que queda, porque no suelo pensar que la vida siempre es una propina. Carver. Yo no estoy viva más que a ratos. Creo que me he quedado en el balcón de la casa de Molino de Viento. Esperando. Y también, un poco en la terraza de Pozuelo, donde lloré una tarde entera porque Juan se había llevado el sol. Yo misma me rompí el alma en más de una ocasión. Y también: en esas condiciones no hay alivio posible. Así que nada. Si los recuerdos no alivian, habrá que pensar en otra cosa, mariposa. Y mirar hacia el techo del teatro: hay miles de pensamientos volando.